Es signo de austeridad y pobreza, de renuncia a todas las vanidades del mundo y a los propios gustos, para sólo vivir e identificarse con Cristo, y olvidarse de todo proyecto personal, de quienes han elegido seguir a Cristo. Indica propiamente la pertenencia a Jesús, quien ha llamado personalmente al seminarista diciéndole “ven y sígueme” (Mt. 9, 9).

Además, recuerda el compromiso y la responsabilidad que tiene con Dios y con la Iglesia, para ser un hombre que guíe a los demás con su palabra y testimonio, que esté pronto al servicio para con todos especialmente con el pobre y el enfermo y así se configure día a día con Jesús Buen Pastor.

Representa la victoria de Cristo sobre la muerte y la pureza de quienes han sido llamados a formarse como discípulos misioneros en esta institución signo de la auténtica dignidad de cristianos. Es símbolo del ramillete de virtudes propias de quienes hacen parte de este llamado vocacional como: la verdad, la fe, la sinceridad, la inocencia, la espiritualidad, la dignidad de los auténticos hijos de Dios y el tiempo de júbilo y paz.